Perfil

El recorrido del hombre mayor que transformó el dolor en fuerza

Por María Luisa Gallardo.- Luis Díaz (70), el Chino Díaz, es un ex mecánico de aviación del Ejército y constructor. Marcado desde sus primeros meses de nacimiento por el abandono de su madre y sus abundantes carencias, hoy  mira hacia atrás con serenidad y orgullo por haber formado una familia, a pesar de las dificultades de su vida.

Jugando y brincando o eso creía él, un pequeño niño descalzo saltaba sobre el barro, junto a su hermano menor. Reían y disfrutaban mientras molían paja, sin imaginar que estaban levantando su propio hogar. Una casa con piso de tierra, material ligero, sin techo ni  electricidad y no muy acogedora. Ese fue el comienzo de una vida que no prometía comodidad, pero que le enseñó a resistir. 

Luis nació el 11 de julio de 1955 y a los dos meses su madre lo abandonó. Fue criado por una de sus tías en Valparaíso. Cinco años después, su padre se casó y se  fue a vivir con él y su esposa a la ciudad de San Felipe. La relación con su madrastra no fue fácil. Su infancia estuvo llena de carencias, pero también de mucho aprendizaje, que  marcaría su carácter.

Luis Díaz junto a la familia que logró formar y mantener pese a las ausencias 
                                           y dificultades. Fuente: Facebook. LD

-Yo no era na’ muy santo; me echaron de varios colegios,  a los catorce me fui a Valparaíso y ahí me enrolé- recuerda Luis-. Así que allá estudié en la escuela industrial, y me formé como mecánico tornero. Luego trabajé una temporada y a los veintitrés decidí irme al ejército, contó

Luis era guapo, alto, fuerte, moreno, de ojos pequeños que al sonreír se achinaban y llevaba siempre su característico bigote. Entre los estudios y el trabajo se enamoró de María Julia, su gran adoración, pero también uno de sus más fuertes dolores. A la edad de veintidós años nació su primer hijo: Darío y, desde ese entonces, no se detuvieron hasta formar una familia de cinco pequeños. Pero la vida en la milicia lo alejaba constantemente de su hogar.

Gracias a Dios, nunca faltó algo que ponerle a la olla y eso era lo más importante para él, darle de comer a sus niños, recuerda su esposa. El Negro no pasaba en la casa; para las festividades compraba las guardias, pero al día siguiente sacaba a los pequeños a pasear. Para las Fiestas Patrias no estaba, pero al día siguiente los llevaba al parque O´Higgins y ahí les compraba una empanada. No era mucho, pero ellos eran felices. Y así sucedía con muchos eventos  más.

-Lo terrible era cuando lo mandaban a hacer cursos al extranjero. Yo me quedaba sola con mis hijos; no me gustaba, pero no se lo demostraba. El “Lucho” se perdió muchas fechas importantes, hasta mis embarazos, pero siempre estuvo presente a su manera. Desde kilómetros me mandó un ramo gigante de flores para un cumpleaños; eran hermosas, dice con nostalgia María Julia.

A los 36 años, Luis conoció a su madre biológica. “Fue desagradable conocerla, nunca más la vi, no era lo que yo esperaba, yo quería hablar, comprenderla, pero fue todo lo contrario. No me gustó su forma de ser y la mandé a la mierda. Desde ese entonces nunca más la he visto”, recuerda. La única que mantuvo contacto con ella fue su hija mayor, María Teresa, pero él decidió mantenerse al margen, pues su mamá ya no le interesaba.

El rubro de la construcción lo aprendió por necesidad. Tras duras jornadas en el Ejército, realizaba arreglos en casas vecinas para generar dinero extra. Ese oficio se convirtió en su sustento tras dejar la vida militar y lo acompaña hasta hoy.

A pesar de trabajar la mayor parte de su vida, también la disfrutó. Al pertenecer a las fuerzas armadas  y por el requerimiento de su carrera, tuvo muchas oportunidades de salir al extranjero y hacer cursos para perfeccionarse. Conoció muchos lugares, y aunque tuvo la oportunidad de quedarse fuera del país, jamás abandonó a su familia.

Años después, ya jubilado y viviendo en San Felipe, descubrió una infidelidad en su matrimonio, por lo que decidió irse a Suecia por unos meses. Ahí tuvo un momento para pensar, para poner en pausa su vida, pero también para aclarar su mente. Suecia era lindo, un país desarrollado: “conocí mucho, despejé la cabeza. No olvidaré lo que pasó, pero me arrepiento de haberme separado de la Julia, lo hice solo porque estaba enojado. Ahora ya estamos bien”.

Hoy habita en San Felipe, rodeado de nueve nietos que lo adoran. Sus hijos ya formaron sus propios caminos y él sueña con finalizar su casa en el campo; esa que lleva años sin terminar.

-Mi abuelo es una de las personas que más amo en la vida; él siempre está para los demás, pero para ellos muy pocas veces es recíproco; le falta rencor, no sé cómo lo hace. Él siempre será uno de mis ejemplos a seguir, la ha pasado mal pero sigue como si nada. Su historia fue dura y que su madre no estuviera le duele. Se  ve en sus  ojos cuando habla de ello. Pero gracias a eso, mi tata es como es hoy en día. Quizás no nos dice que nos ama, pero no es necesario, sus acciones hablan por sí solas,  cuenta su nieta mayor.

El trayecto de Luis Díaz muestra que la verdadera grandeza no se mide por lo que se tiene, sino por lo que se es capaz de dar y construir. Sus decisiones, sus ausencias y sus esfuerzos demuestran a un hombre que convirtió el dolor en aprendizaje y que con acciones enseñó a su familia que la resiliencia y la dedicación pueden transformar el sufrimiento en algo más que el rencor.

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