Longevidad

Longevidad en el escenario: recordatorio de continuidad y de persistencia de la memoria colectiva

Por María Luisa Gallardo.- Envejecer en público, en una industria donde la imagen es tan importante como el talento, se ha convertido en muchos casos un ejercicio de resistencia.

La reciente presentación de Guns N’ Roses en Chile volvió a poner sobre la mesa un debate que va más allá del talento musical. Las críticas hacia la voz y el estado físico de Axl Rose no solo apuntan a la nostalgia por un pasado glorioso, sino a un fenómeno más amplio: cómo envejecen los artistas en una cultura que sigue valorando la juventud como sinónimo de éxito.

Axl Rose (62), ya no grita como en los años ochenta, ni corre con la misma energía por el escenario, pero sigue llenando estadios y generando conversación. Lo que antes era símbolo de rebeldía y exceso, hoy se transforma en una muestra de persistencia. Y no es el único, artistas como Mick Jagger (82), Paul McCartney (83), Bruce Springsteen (76) y otros nombres del rock que siguen en actividad, desafían tanto las limitaciones biológicas como las expectativas culturales. Cada presentación se convierte en una afirmación: seguir haciendo música es también una forma de seguir existiendo.

La vejez en el escenario

El desgaste vocal o físico no sorprende a nadie. Lo que resulta interesante es cómo se percibe socialmente. El público que alguna vez aplaudió la juventud de estos artistas ahora se enfrenta a su envejecimiento como si fuera una anomalía. Las redes sociales amplifican las comparaciones con “el antes y el después”, reduciendo trayectorias de medio siglo a un meme o a una grabación desafinada. Pero detrás de esa mirada crítica hay una pregunta más profunda: ¿por qué nos incomoda tanto ver envejecer a quienes asociabamos a juventud y libertad?

Según la socióloga británica Tia DeNora, especializada en cultura musical. La música popular ha construido históricamente una relación simbólica con la vitalidad. Envejecer rompe ese pacto cultural en el que el cuerpo del músico ya no representa sólo energía, sino memoria. Esa tensión se vuelve visible cada vez que un artista sube al escenario con arrugas, canas o una voz distinta. Sin embargo, en lugar de esconderlo, muchos eligen asumirlo como parte del espectáculo.

Roger Daltrey, vocalista de The Who, reconoció en una entrevista con People Magazine (2024) que está perdiendo audición y visión, pero se lo toma con humor: “Es parte de las alegrías de hacerse viejo”. Linda Thompson, ícono del Folk británico, convive con una enfermedad que afecta sus cuerdas vocales, pero continúa grabando discos y defendiendo su derecho a hacerlo. Y Bonnie Raitt, a sus 75 años, fue clara: “Prefiero retirarme antes que convertirme en una caricatura de mí misma”, aunque su último álbum ha sido uno de los más premiados de su carrera.

Envejecer como parte del relato artísticoMás allá del impacto físico, el envejecimiento modifica la forma en que los artistas se relacionan con su propio legado. Paul McCartney ha dicho que cantar canciones de los Beatles en su vejez es “como abrir una caja de recuerdos en voz alta”. Bruce Springsteen, por su parte, ha transformado su repertorio en una reflexión constante sobre la edad, la pérdida y la resistencia. En sus conciertos, la energía sigue ahí, pero con una carga emocional distinta: el tiempo se vuelve parte del guión.

En un sentido más amplio, estos artistas están cambiando la narrativa cultural sobre la vejez. Lo que antes era visto como un retiro inevitable hoy se interpreta como una nueva etapa creativa. De acuerdo con un estudio publicado en Frontiers in Aging Neuroscience (2023), los músicos mayores mantienen una conectividad cerebral más eficiente que otros adultos de su edad, lo que les permite conservar agilidad mental, memoria auditiva y coordinación. Otro análisis de Frontiers in Psychology (2018) reafirma que la práctica musical prolongada contribuye a preservar funciones cognitivas. Envejecer, entonces, no solo afecta el cuerpo: también redefine la manera de pensar, sentir y crear.

Público y  memoria colectiva

El fenómeno también tiene una dimensión social. Los conciertos de artistas mayores se han convertido en espacios intergeneracionales: padres, hijos e incluso nietos comparten las mismas canciones desde perspectivas distintas. La música actúa como un puente emocional que desafía las diferencias de edad y tiempo. A nivel simbólico, ver a un músico de 80 años tocar las canciones que marcaron una época es observar cómo la memoria colectiva sigue viva, incluso cuando las voces cambian.

El público, sin embargo, también enfrenta su propio espejo. Ver envejecer a quienes alguna vez representaron la rebeldía juvenil es una forma de confrontar el paso del tiempo en uno mismo. Por eso las reacciones ante la vejez de los ídolos suelen ser ambivalentes: admiración por su vigencia, pero también melancolía por lo que ya no puede repetirse. En ese reflejo compartido radica gran parte del valor simbólico de estos artistas: su envejecimiento no solo les pertenece a ellos, sino también a la generación que los acompañó.

Un espejo de permanencia

Lejos de ser una decadencia, la vejez artística puede entenderse como una etapa de síntesis.Ya no se trata de conquistar nuevos públicos, sino de sostener un vínculo con quienes crecieron escuchándolos. En una cultura que tiende a desechar lo antiguo, estos músicos funcionan como recordatorios de continuidad. Su permanencia redefine la idea de éxito: no es solo fama ni técnica, sino la capacidad de seguir creando sentido con el paso del tiempo.

La actuación de Axl Rose en Chile, entonces, puede leerse desde otro ángulo. No como una comparación con lo que fue, sino como evidencia de algo más relevante: la música envejece con nosotros, y en ese proceso sigue encontrando nuevas formas de existir. Los ídolos del pasado son testigos vivos de cómo el arte puede acompañar al envejecimiento sin ocultarlo, transformando la vulnerabilidad en permanencia.

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