
Para los adultos de tercera y cuarta edad, la música es memoria viva
Por María Luisa Gallardo. La música trasciende el plano estético para convertirse en un fenómeno cultural y socialmente fundamental. En Chile, ha desempeñado el rol de instrumento de construcción en la identidad nacional, un archivo vivo donde se condensan memorias colectivas, narrativas históricas y valores compartidos. Las canciones no son consideradas únicamente manifestaciones artísticas, también son documentos culturales que expresan quiénes fuimos, somos y cómo nos reconocemos como sociedad.
Memoria en la canción chilena
La música chilena ofrece múltiples ejemplos de cómo la letra y la melodía se construyen en narrativas de identidad. Canciones como “Gracias a la vida” de Violeta Parra representan mucho más que un acto poético; sintetizan una visión de Chile como territorio, memoria y emoción.
En la misma línea, “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara, con su letra “Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel”, sobrepasa lo íntimo para recordar las vivencias sociales. Su letra evoca una historia de amor, pero también de trabajo, dignidad y resistencia. Esta canción es parte integral de la memoria musical chilena y constituye un referente identitario para diversas generaciones.
La cueca, el bolero, el folclore y la Nueva Canción Chilena han cumplido roles similares al narrar historias de pertenencia, nostalgia, lucha y celebración, tejiendo un relato común que articula la identidad cultural. Cada estilo e interpretación se convierte en capítulo de esa memoria colectiva.
Un puente intergeneracional
Para los adultos de la tercera y cuarta edad, la música es memoria viva. Las canciones de su juventud funcionan como cápsulas temporales que evocan no solo emociones, sino contextos sociales, políticos y culturales.
En la actualidad, la intergeneracionalidad musical se expresa en diversos espacios culturales como ciclos de música tradicional, ferias de vinilos, cafés y encuentros comunitarios donde se rescata el repertorio de otras décadas. En estos espacios, la música vuelve a ser un acto colectivo de memoria. Los adultos no solo transmiten melodías, sino experiencias, significados y narrativas que definen la identidad nacional.
Esta transmisión cobra relevancia en un escenario musical contemporáneo marcado por la fragmentación. La música actual, distribuida principalmente en plataformas digitales y consumida de manera efímera, ha reducido el potencial de congregar experiencias colectivas como ocurría en otras épocas. Por ello, los espacios que recuperan el carácter comunitario de la música asumen el papel de reconstituir un diálogo cultural que fortalezca la memoria y la identidad.
La música chilena ha preservado narrativas; esta preservación ocurre en el diálogo intergeneracional, en el acto consciente de compartir y escuchar. Así, la música se transforma en un puente entre el pasado y el presente, entre quienes vivieron determinadas experiencias y quienes las reconstruyen a través de la escucha.
La construcción de identidad a través de la música no es estática, sino dinámica, renovada cada vez que una canción es escuchada, reinterpretada o transmitida. Para los adultos mayores, estas melodías son testigos de su historia y un legado cultural que, en el diálogo entre generaciones, preserva quiénes somos y cómo queremos ser recordados.

